9 mar 2008

Lagartijas para el Inca

Foto 1. Dicrodon guttulatum "cañán". Lugar: Universidad Nacional de Trujillo. Foto: Luis Pollack Velásquez ©



Foto 2. Dicrodon guttulatum "cañán de madriguera". Lugar: Santuario Histórico Bosque de Pómac. Foto: Luis Pollack Velásquez ©

Foto 3: Dicrodon holmbergi "cañán". Lugar: Piura. Foto: Luis Pollack Velásquez ©
Etología: Vive asociada a los bosques de Prosopis pallida "algarrobo". De hábitos herbívoros, se alimenta de primordios florales y hojas tiernas de algarrobo y de frutos de menor tamaño.



Foto 4. Microlophus peruvianus "lagartija". Foto: Luis Pollack Velásquez ©

Las fotos pertenecen al Biólogo Luis Enrique Pollack Velásquez. Universidad Nacional de Trujillo (UNT) lupo_54@yahoo.es, luispollackv@hotmail.com


Lagartijas para el Inca
Por el Dr. Carlos Arrizabalaga Lizarraga
Profesor de Lingüística de la Universidad de Piura
El Dr. Arrizabalaga es un filólogo español que radica en el Perú desde 1996. Su tesis doctoral trató sobre la sintaxis del español norperuano.

Acostumbrados como estamos a los modernos electrodomésticos y a las conservas de todo tipo, nos cuesta entender la importancia que podía tener en la antigüedad conservar los alimentos para aprovechar los excedentes en épocas o zonas afectadas por la escasez. En el mundo andino se desarrollaron variadas técnicas para la conservación de los alimentos, que permitieron un notable crecimiento de la población. Las estrategias elaboradas por los antiguos peruanos necesitaban una determinada organización social y un sometimiento a una rígida administración.

Para sus alimentos cotidianos los antiguos peruanos utilizaron básicamente cuatro formas de conservación, que se reflejan en los términos quechuas que registró González Holguín: “Pirhua. La trox de chaclla o cañas embarrada. Collcca. La troxe de adobes. Taqque. La trox de paja o cañas sin embarrar. Collona. La trox cavada del baxo de tierra y embarrada.” [1] Básicamente podía tratarse de ramadas que permitían el secado de los alimentos, con cañas y barro para mantenerlos protegidos de los elementos o enterradas bajo la arena, para mantenerlas secas en una temperatura constante. El material más común era el adobe, que proporciona también una temperatura constante, por lo que abundan los topónimos que presentan el término colca en todo el mundo andino.

En la costa era común enterrar los alimentos en la arena. Un viajero alemán da testimonio, en 1859, del casual descubrimiento realizado en Paita de cantidades de maíz “en unas zanjas en las arenosas colinas de los alrededores de la ciudad”. Los granos estaban bien conservados: “eran de una clase más pequeña de la que actualmente se cultiva” y según decía la gente, “provenían de depósitos enterrados por los Incas”. [2] En mochica se llamaba "collec" esos depósitos de arena, de donde probablemente procede el nombre de Collique, que fue una de las poblaciones que formaron el actual Chiclayo.

Uno de los testimonios que quedaron registrados en las primeras crónicas, por lo llamativo del caso se dio porque nada más llegar los españoles se asombraron al hallar en tierras tallanas grandes depósitos de lagartijas secas, almacenadas así para llevarlas al Inca de tributo al Cuzco “con todas las demás cosas que ellos tenían que tributar”, dice Pedro Pizarro. [3] El conquistador Miguel de Estete declara haber visto las lagartijas entre otras muchas cosas, al entrar los españoles al Cuzco, donde hallaron grandes depósitos que les permitieron, justamente, resistir luego felizmente el sitio del Cuzco. Esos depósitos se ubicaban en lugares privilegiados, básicamente en fortalezas y centros administrativos incas (huacas) muchas veces ubicados en cerros estratégicos. Justamente Morropón significa en lengua mochica “cerro de la iguana” y en este sentido cabría preguntarse si no habría servido el cerro de Morropón también como depósito de lagartijas, que al parecer son de rico sabor, aunque peronalmente no las he probado. ¡Todavía se puede degustar, en la costa norte, un buen cebiche de lagartijas!

También se podía conservar los alimentos, secándolos simplemente al sol, como se hacía y se sigue haciendo en el bajo Piura. Esta técnica de conservación permitía, al parecer, digerir perfectamente los alimentos sin necesidad de cocinarlos. Al menos, el también conquistador Juan Ruiz de Arce declara en 1543 que “la carne que comen [los tallanes] ni la cuecen y el pescado hácenlo pedazos y lo secan al sol y asimismo la carne”. [4]

Los depósitos o colcas (término que se mantiene en uso) demuestran que los incas practicaban en estas regiones distantes un dominio no tan permanente, sino de recaudación y castigo. Los depósitos permitían a los Incas desplazar grandes ejércitos rotatoriamente a lo largo de todo su imperio, trasladándose constantemente de un lugar a otro para mantener sometidos a las diversas naciones que a su vez, gracias a los depósitos, facilitaban el traslado de los mismos ejércitos que los sometían. Según la opinión general de los investigadores, los incas ponían en práctica la “redistribución” de los excedentes, que permitía distribuir alimentos de distintos pisos ecológicos trasladando a la población necesaria para su cosecha y conservación. [5] Asimismo existían rutas comerciales muy fluidas tanto por tierra como por mar en todo el antiguo Perú, que hicieron particularmente floreciente al reino de Chincha.

Igualmente, sin la existencia de estos depósitos posiblemente los españoles no hubieran podido conquistar el Imperio Inca sino tras largas penurias, puesto que llegaban y tomaban todo lo que iba para el Cuzco para disgusto de los incas y estupor de las naciones que éstos mantenían bajo su dominio, que sufrían duras penas de castigo en caso de que tomaran alguno de esos bienes, entre los que se encontraban las mujeres escogidas, recluidas desde muy niñas en recintos perfectamente aislados para el servicio exclusivo y la progenie de los incas. Con mucho menor miramiento tomaban los depósitos de maíz que encontraron por doquier.

Garcilaso cuenta cómo siendo niño en el Cuzco el y su madre sobrevivieron al desamparo y el hambre en los difíciles momentos del sito de Manco Inca, o posteriormente durante las guerras civiles, gracias a sus parientes indios que les traían en la noche codiciadas cargas de maíz. Y por falta de trigo nada más que unos puñados de maíz es lo que pudieron ofrecer al obispo del Cuzco y a sus acompañantes, quienes se los comieron, dice Garcilaso “como si fueran almendras confitadas”. [6]

Los antiguos peruanos supieron precaverse de la necesidad almacenando todo tipo de “mantenimientos”, porque reconocieon perfectamente las cambiantes e implacables condiciones de la geografía andina. Ojalá sepamos nosotros también hoy “guardar para mañana” y sacar el mejor provecho de estos años de relativa prosperidad en que vivimos sin perder de vista las crisis y desastres que puedan sobrevenirnos al momento menos pensado.

REFERENCIAS:
[1] Diego González Holguín, Vocabulario de la lengua general de todo el Perú llamada lengua qquichua o del Inca (1608). Lima, Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 1952, pág. 287.

[2] Karl Scherzer, “Visita al Perú en 1859”, en Estuardo Núñez (ed.), Viajeros alemanes al Perú, Lima, UNMSM, 1969, págs. 61-130. Cita en pág. 127.

[3] Pedro Pizarro, Relación del Perú, Edición de Guillermo Lohmann Villena, Lima, Pontificia Universidad Católica del Perú, [1571] 1986, pág. 29. Anota también el cronista que hay trescientas leguas “desde Tangaralá al Cuzco”, como queriendo explicar así la necesidad de conservar la carne secándola al sol.

[4] En Biblioteca Peruana. Primera Serie. Lima, 1968, pág. 79. Juan José Vega imagina que los tallanes comían lagartijas secas con sal y ají (en Pizarro en Piura. Municipalidad Provincial de Piura, 1993, pág. 299).

[5] Refiriéndose a los collas, el Inca Garcilaso explica cómo los incas distribuían a la población en distintos estratos altitudinales (“poblaron muchos valles de aquellos incultos”) y dispusieron la redistribución de los alimentos (“y les mandaron por ley que se socorriesen como parientes, trocando los bastimentos que sobraban a los unos y faltaban a los otros”). Claro que esta principio organizativo era anterior a los incas y éstos intervinieron más bien, como dice Garcilaso a continuación, reservándose la mayor parte “por su provecho, por tener renta de maíz para sus ejércitos, porque, como ya se ha dicho, eran suyas las dos tercias partes de las tierras que sembraban; esto es, la una tercia parte del Sol y la otra del Inca.” Ver Comentarios Reales de los Incas. (libro VII, cap. 1) Edición de Aurelio Miró Quesada, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1976, vol. II, pág. 85).

[6] En Historia General del Perú, libro IV, cap. 10, pág. 87, y en Comentarios Reales..., libro IX, cap. 24, pág. 255. Ver Aurelio Miró Quesada, El Inca Garcilaso, Lima, PUCP, 1994, págs. 33 y 58.

Algarrobina

  Texto: Carlos Arrizabalaga Lizárraga Universidad de Piura, Perú carlos.arrizabalaga@udep.edu.pe Nada más piurano que la algarrobina y los ...